lunes, 4 de junio de 2012

EL COMERCIO ZAMORANO DE 1913

El entusiasmo por la gran corrida de toros que ha de celebrarse el día de San Pedro de 1913 es extraordinario, el interés que ha generado el cartel, con la participación de Gaona y Chiquito de Begoña es tema obligado en todas las conversaciones. Los aficionados que han tenido la fortuna de ver a los toros de la vacada de Neches, elogian la presentación, finura y excelente lámina de los seis astados.
Heraldo de Zamora, aprovechando el enfervorizado entusiasmo, pone a la venta unas caprichosas y bonitas postales para facilitar la publicidad del acontecimiento taurino, animando al comercio y a la industria a que realicen sus pedidos cuanto antes.
El nombre de dichos comerciantes y establecimientos aparece publicado en el diario y resulta una muestra evocadora del comercio zamorano de aquellos años:

Don Benigno Arenas, almacenista de abonos minerales, casa la más importante en su clase en Zamora; almacén de carbones y ferretería El Candado, de don Salvador Ruiz; Gabriel Fuentes, pintor decorador y artista de gusto depurado; relojería, de don Ciriaco del Río; don Joaquín Fernández, expendedor con exclusiva del embutido Sancho IV; La Llave, ferretería de hijos de Rafael Crespo; José Vecilla, sucesor de la simpática madrileña, tienda de muebles usados; don Antonio Román Santiago, fabricante de exquisitos chocolates elaborados a brazo; La Nacional, fábrica de licores de Eugenio Modroño e hijos; Agencia de reclamaciones, de Calvo y Compañía, diligentes y trabajadores muchachos que quitan el sueño a todos los Consejeros de Administración de las Empresas ferroviarias; Manual Tola, dueño del acreditado café Español.

«La Salmantina», lechería acreditadísima; César Frutos, gran caudillo en la construcción de los mejores carros conocidos; viuda P. Otero, almacenista de selectos vinos del país; Andreu Tejedor y Espina, almacenistas de las mejores clases de madera; Romualdo Barquero, confitero que complace con exceso a los aficionados al dulce; Esperato Robledo, rey de los papeles pintados y soberano del cemento; Café Iberia, elegante y moderno centro de recreo, donde el ciudadano Barayón se desvive por complacer a la concurrencia; Salvador Álvarez, dueño del gran bazar de juguetería y objetos de lujo, establecido en la calle de la Rúa; Julio Revuelta, proveedor de las mejores y más acreditadas máquinas agrícolas; Joaquín Hernández. simpático sombrerero para quien la moda y el buen gusto no tienen precio; Nicanor Prieto e hijos, sastrería donde la elegancia y los mejores géneros corren parejas con el más moderno corte; Café Suizo, espaciosos salones y comedores, donde se sirven con prontitud, esmero y economía los más delicados manjares.

Felipe Fernández Gastalver, ese muchacho que se las trae vendiendo preciosos muebles; «La Suiza», confitería que por sus delicados dulces puede competir con las de más crédito de la corte; Apolinar Vecino, comerciante en telas del más refinado gusto y que vende unos paños ¡que me río yo!; Bernardo Amigo, especialista sin rival en ofrecernos, a precios muy económicos, las ultimas creaciones en sombreros para niños; Ricardo Cardona, guapo chico, que tiene la exclusiva de las imponderable aguas minero medicinales da Valdelazura, las más litínicas del mundo a las que no se las resiste un sólo caso de diabetes y artritismo; Leocadio P. González, que en su gran establecimiento de la Plaza Mayor vende, a precios inconcebibles, por lo baratos, el mejor calzado conocido desde el diluvio hasta la última crisis del Gobierno liberal; Magín Prieto, que vive en la calle del inolvidable tribuno don Emilio Castelar y vende los mejores tejidos; Pepito Reinoso, ese barbián, de quien dijo el poeta sayagués:

En este mercado hermoso,
nadie se tendrá el salero,
de vender, como Reinoso,
de Gaona los sombreros.

Gerardo Inestal, el niño del «Águila» que cobija bajo sus grandes alas un vermouth de chipén, y las patatas souflé (especialidad del Bar y del mundo entero), sin perjuicio de servir unos refrescos capaces de dejar helado al más ardiente defensor de Lerroux; y el elegante café de París, de Miguelillo Gamazo, centro de recreo que envidiarán los más acreditados casinos y restaurans, porque en él se quitan «muchos moños» en eso de servir requetesuperiormente desde el aromático moka, hasta el sabrosísimo bistek adornado con la clásica y sustanciosa patata frita, vulgo jamón de los pobres.

La Empresa automovilística de Huidobro, que gracias a su salerito ha montado un servicio que nos permite trasladarnos cómodamente desde esta capital a Fermoselle y Alcañices, en menos tiempo del que Romanones necesita para resolver una crisis total; Fernando Rueda, comerciante de abolengo, que no tiene quien le iguale en la elección de elegantes vestidos de señora, ni en severos ornamentos de iglesia; Antonio Prieto, que aprieta en firme y de verdá para conseguir que su numerosa clientela «se meta en harina», clase extra; Maoliyo Casas, dueño del correo de Villalpando, que aun cuando de servicio alterno, puede alternar con los mejores de línea; Tomás Alonso, jefe de un comercio de tejidos donde es fama que todos los artículos son buenos, bonitos y baratos; Salvador Elícegui, que ha hecho una verdadera revolución con sus imponderables máquinas agrícolas; el gran Víctor de Castro, director de «El Molino de Café», que si en Moka Caracolillo y Puerto Rico no hay quien le tosa, en embutidos no hay quien le iguale; Pepito Fernández, sucesor de Labajo, constructor de muebles de lujo; y...el popular Zamorita

Tomás Díz, de quien las gentes diz que vende las mejores latas de conservas y un salchichón que quita el hipo; Agustín Jodra que en su gran bazar de la Plaza Mayor, ofrece caprichosísima colección de juguetes y lo más elegante que se fabrica en platería y quincalla fina; los señores Bobo, García y Compañía, almacenistas de los mejores ultramarinos conocidos y fabricantes de un chocolate que hace relamer hasta a un lego que tenga embotado el sentído del gusto; ¿y don Leopoldo Prieto, ese popularísimo fabricante de lienzos incomparables y especialista en la fabricación de las más finas y elegantes mantelerías?; nada digo del simpático y amable Cesitar Prieto, pues sabido de todos es, que en «La Rosa de Oro», nuestras elegantes buscan siempre los últimos caprichos de la moda, desde la modesta falda de percal planchao hasta la mas sic blusa parisién; Bernardino Zapata, comerciante en curtidos de la más acreditadas marcas y de los mejores artículos para calzado; ya lo dicen las gentes:

Para los buenos zapatos,
los curtidos de Zapata.

Pepito Marcos, el amplius de la juventud elegante y distinguida, el obligado proveedor del rizo postizo necesario, tan necesario en nuestras bellas el futuro constructor de un bisoñé para cubrir la respetable calva, de un anciano que yo conozco a fondo; Alejandro San Vicente, guapo muchacho, con circunstancias él, y con unas máquinas Yost él, que ¡me río yo de los peces de colores; Andrés Velado, puntillero y encajero que da tres y raya a sus competidores los fermosellanos; La Urbana, Sociedad de seguros que asegura de verdá.


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