lunes, 18 de junio de 2012

UNA EXCURSIÓN A LA GUADAÑA (I)

Una representación de Heraldo de Zamora, se traslada hasta la dehesa de La Guadaña, donde se encuentra enclavado el monasterio cisterciense de Moreruela, distante unos cuatro kilómetros de la población zamorana de Granja de Moreruela.
Cuenta la dehesa con pastizales altos y bajos y una bellotera en la que pacen las reses de la ganadería de Santiago Neches.

Santiago Neches Alaiz crea su ganadería en el año de 1902, para ello compra una punta de vacas bravas al duque de Veragua y un toro de la afamada ganadería de Conradi, llamado Comediante.
La primera corrida que se lidió de esta ganadería fue el 23/08/1908 y un toro llamado Sordito, cárdeno y cornigacho acabó con la vida del infortunado diestro Hilario González, Serranito.
En general eran toros de preciosa lámina, de gran bravura y enorme poder, muy duros para la lidia.
Aunque no ofreció muchas corridas, algunos de sus toros alcanzaron gran popularidad. Además del ya citado Sordito, el 19 de septiembre de 1909, Centinelo, en la feria de Valladolid tomó nueve varas, mató cinco caballos, fracturó el brazo al picador Pagán e hirió al espada Platerito. El mismo día Estrechuras, también obtuvo una gran nota por su bravura.
Célebre fue también Solitario, muerto a manos de Chiquito de Begoña en la feria de San Pedro de 1910 y Clavelino, en la feria de 1913 que finiquitó Gaona después de una excelente lidia.
La ganadería fue vendida a los señores Rivas de Salamanca en 1914.



Una excursión


En nuestro deseo de informar a los amables lectores del HERALDO DE ZAMORA de todo cuanto pueda tener relación con la brillante corrida de toros que se celebrará el día 29 de los corrientes, habíamos decidido trasladarnos un día a la hermosa dehesa de Granja de Moreruela para conocer de visu los seis buenos mozos que el simpático ganadero don Santiago Neches nos envía y que sin duda alguna, honrarán una vez más la divisa amarilla y blanca, de tan envidiable historia en el mundo taurino.
Ayer tuvo lugar la excursión, de la que guardaremos indelebles recuerdos, porque como verá el pacientísimo lector, la fiesta resultó digno vermout, de las que se avecinan.

Y vamos al cuento:
Serían las dos de la madrugada y en una cómoda cesta tirada por tres briosos caballos, enjaezados con el gusto que es peculiar en los hermanos Pepe y Tomasito Pintas, cuando de dar brillo a la Prensa se trata, salimos de esta vetusta ciudad, Un cojo sin muleta, Sentimientos, nuestro administrador, el indispensable dueño de los parneses y mi anciana y respetable (¡vaya si lo es!) personilla, y a pesar de los pesares y del vientecillo un tantico molesto que reinaba, no por ello dejó de hacerse más agradable la travesía, cantándome por too lo jondo, unas marianitas que dicho sea con modestia, para si las quisiera Amalia Molina.

Y jipío aquí, iolé! allá, y alguno que otro melodioso ronquido de este cojo sin igual, aterrizamos en las proximidades de las moradas que en Granja de Moreruela habitan nuestros entrañables amigos don Juan Manuel Rodríguez y Herminio Esteban Pinilla, juez municipal y médico, respectivamente.

¡Tierra! ¡tierra! gritaba cual nuevo Colón, el desaborío y helado Sentimientos; ¡desayuno, desayuno!; y parada y fonda; dijo a grandes gritos don Herminio, que por una indiscreción de su morena y saladísima doméstica María, había tenido noticia de la llegada de tan ilustres viajeros.

Y aún cuando la hora no podía ser más intempestiva (cinco mañana) como el culto colaborador del Heraldo señor Pinilla y su distinguida esposa son pródigos hasta la exageración en atenciones para con sus amigos, los excursionistas, una vez cambiados los capotes de paseo (el polvo de la carretera nos había puesto verdes) y previos, como es natural, los saludos de rúbrica, aceptamos la invitación y dimos con nuestros cuerpecitos en el cómodo y elegante comedor de la casa, do fuimos obsequiados como saben hacerlo tan bondadosos dueños.

Juan Manuel, o lo que es lo mismo, el todo de La Granja porque él, porque se lo merece, es el todo, llegó, nos saludó y se incorporó, para no abandonarnos en todo el día.

A la Guadaña.

Con tan grata compañía, como es la de Herminio y Juan Manuel, partimos para la dehesa, donde moran los seis hermosísimos ejemplares de la fábrica de Neches, que el día de San Pedro han de ser lidiados en nuestro coso.

Cuando llegamos a la finca del señor Semprún, ya nos esperaba el veterano vaquero, conocedor como ninguno, de la ganadería, el señor Paulino, ingeniero director de la fábrica, cuyos productos se cotizaran en el mercado del día 29, a los elevados precios que les son merecidos por su excelente calidad.

El viejo charro, amable como lo son todos los hijos de la bendita tierra salmantina, se prestó gustoso a servirnos de cicerone, y los chicos de la Prensa, que somos muy pedigüeños naturalmente, comenzamos por exigirle que nos llevase a honesta distancia de los morlacos, pero no tan honesta que impidiese al Cojo evitarse una cogida, si por acaso, alguno de los nenes de su colega el ganadero quería hacerle una caricia.

-Vengan ustedes conmigo y completamente tranquilos- dijo el anciano ledesmino- acortaremos la distancia lo bastante para que don Puyitas pueda ver de arriba a abajo los bichos, porque estos me obedecen mas, mucho más, que los deputaos de Romanones.

Julio Calamita, que no morirá de cornada de gallina, se mostró un tanto receloso, pero los demás excursionistas que no es porque yo lo diga, somos unos guapos, penetramos en una frondosa alameda donde tranquilos reposaban unos y pastaban otros, ocho grandes, enormes torazos de preciosa lámina, superior herramienta, pelo finísimo y de sus 27 ó 28 arrobas por barba.

-Son castillos, dijo asombrado el de sin muleta.
-No; le repliqué, catedrales de Pisa que al que pisen, ¡séale la tierra ligera!
Y ¿cuáles de estos monumentos serán los que se lidien, señor Paulino -le pregunté:
-Tenga, señor Puyitas, las cédulas personales...

Laminito, número 46, negro cornicorto, hijo legítimo de legitima vaca veragueña: pesa sus 28 arrobas, tal vez más.
Tomatero, negro, con sus pequeñas braguitas; cornicorto; vendido por kilos, como la porcelana, valdría media docena de miles de pesetas.
Brujito, tiene la misma color que sus antecesores, no les va en zaga en eso de traerse libras, es bragado y escarchado.
Clavelino, del color de la tinta netamente negra, cornibajo y presume de tener arrobas, que ¡vaya si las tiene!
Majito; jabonero sucio, astifino, too lo que se llama un señor toro.
Según rezan los papeles del señor Paulino, Majito es nieto póstumo de la fábrica del excelentísimo señor duque de Veragua.
Me explicaré: Majito es hijo de una becerra (que fue) de la renombrada ganadería; primera becerra que pisó las tierras zamoranas, luego, si el árbol genealógico no miente... deduzcan ustedes las consecuencias.
Rondeño; negrito, como los ojos de mi morena, con dos velas y cirios interminables; debe traerse sus 28 arrobas, bien cumplidas.

¿Qué le ha perecido a usted esta tropa, me preguntaba con cierto aire de orgullo el respetable ingeniero?
-Eso merece punto y aparte, como hoy tengo que hacerlo, contando con el perdón de mis lectores, pues el regente es un tirano, la excursión exige minuciosos detalles y se impone la necesidad de continuar en días sucesivos, dedicándola la debida atención.

Así, que ustedes descansen, y hasta mañana.

J.
Heraldo de Zamora, 23/06/1913

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