lunes, 12 de marzo de 2012

EL VIAJE A POVA : En busca de Mariana (I)

En la madrugada de ayer regresamos de la excursión llevada a cabo a la vecina república portuguesa en busca de emociones que contar acerca de los prodigios realizados por la niña Marianita dos Ramos Joáo, sin tener para nada en cuenta los grandes sacrificios, si sacrificio se llama, caminar en vehículo 144 kilómetros, dormir en el suelo sobre una triste saca y librarnos de las garras de los enemigos de Paiva Couceiro, si nos llegan a tomar por partidarios de este cabecilla monárquico.

Y realizamos el viaje saliendo de Zamora a las cinco de la tarde del sábado en cómoda y ligera galera, arrastrada por cuatro briosos corceles que elegantemente enjaezados y dirigidos con la singular maestría que ha dado al maestro simpar, al gran Ricardo Pintas (padre), merecida fama de mayoral sin competidor posible.

Decir que desde los primeros momentos de la partida, la alegría y el contento y una juerguecita modesta, reinaron entre los excursionistas lo juzgamos inútil.

El sabrosísimo Ricardo con sus inagotables chistes. J. Puyitas colaborando cual él sabe hacerlo, Un Cojo sin muleta, tomando nota de todos ellos mientras el artista fotógrafo, don Emilio Corti los enfocaba y Gerardo Inestal rociándolos frecuentemente con la aromática manzanilla, marca exclusiva del Bar del Águila Negra, todo ello decimos, contribuyó a que llegásemos a la popular posada de la graciosa Agustina, de Ricobayo, donde los expedicionarios hicimos diez minutos de parada refrescando nuestros jacarandosos cuerpos con unos boks de exquisita cerveza que aun cuando de marca desconocida procedía de las acreditadas bodegas del inmediato pueblo de Villalcampo.
En esta primera estación ya pudimos emborronar unas cuartillas para la colección que muy en breve publicaremos de las verdaderas proezas de Marianita.

-¡¡ Al coche!! ;¡¡ Al coche!! señores creyentes-dijo la bien timbrada voz del papá de los Pintas, y proseguimos el viaje.

La distancia que media entre Ricobayo y la Venta de Cerezal la recorrimos en menos tiempo del que necesita Pintas (padre) para convertir en cenizas un aromático charuto de los de siete y medio céntimos (españoles), y en la carretera tuvimos ocasión de saludar a innumerables romeros que en nueve carromatos venían de Pova, donde fueron a implorar de la gracia de la niña Mariana la concesión de recobrar la salud perdida.

Un cojo sin muleta resultaba el más útil en eso de las piernas de todos cuantos saludamos y de los que iban en otro carruaje.

De calvos no hablemos, y media docena de ellos mostraban su envidia al contemplar la espesa cabellera de J. Puyitas y por último (conste que no es exageración) la obesidad de Gerardo y Emilio Corti, comparada con los escuálidos cuerpos de otros excursionistas era de notar hasta por tres infelices ciegos de nacimiento que desde un pueblo de la provincia de Valladolid, llegaron al de la niña fronteriza para que esta les concediese la deseada vista.

Estamos en el apeadero de Cerezal de Aliste. Ricardo nos presenta a la mesonera y su bella hija Juanita, que prodigaron (a los señores periodistas) todo género de atenciones y fueron tan amables, que nos dieron una auténtica acreditativa de la prodigiosa curación de un fornido hijo de la casa y que por lo asombrosa será de las primeras que publiquemos.

Desde Cerezal a Fonfría, el tiempo y los caballos de la galera corrieron veloces y allí se incorporó a la comitiva, un mozalbete que presta servicio en la posada de Juan Domínguez, que es el encargado de conducir desde este pueblo a Pova, a todos los clientes.

Eso sí, previo el precio de dos realitos por persona y por enseñar el camino, y tres ó cuatro pesetejas (según caigan las pesas) por cada caballería menor.

Muy expresivo y hasta elocuente, el mocito, y a instancias de J. Puyitas, nos refirió cuantas curaciones conocía realizadas por la niña, si bien nos dio una noticia que, como es natural, hubo de entristecernos.

-Miren ustedes, sólo un temor nos tiene intranquilos: como incuestionablemente Mariana posee virtud curativa, habrá de ir al desierto a cumplir penitencia, y ello disgusta a su padre, el señor Manuel, como a mi amo.
-Sería una verdadera desgracia, le replica Gerardo Inestal.
-No lo sabe usted bien, dijo con acento convencido nuestro acompañante, del que nos despedimos afectuosamente no sin darle las más expresivas gracias por los hermosos datos que nos suministró y que serán joyas de inestimable valor para la futura colección de artículos.

El reloj de Fornillos de Aliste, daba diez campanadas cuando saludamos a la mesonera Marcelina, que no ocultó su alegría al ver honrada su casa con la presencia de los señores que hacemos los papeles.
Sin pérdida de tiempo, Marcelina nos preparó una suculenta cena con los ingredientes que llevábamos del Bar del Águila Negra.
Después de saborear el aromático caracolillo y apurar el consabido cigarrillo de veinte, nos retiramos a descansar, dos en los escaños de la cocina y los restantes en unas sacas de paja que nos proporcionó el rapaz del mesón.

A las cinco un maldito grillo que se albergaba en el fogón de la cocina tocó diana, y con sus estridentes chirridos nos hizo ahuecar el ala del cómodo y blando lecho.

El cuarto de aseo establecímoslo en unos poyos que había en la fachada del mesón y después de ingerir las sopas de ajo que nos hizo Marcelina, tomamos el coche, saliendo en busca del señor cura párroco de Moveros, don Juan Antonio Espina, que nos iba a servir de cicerone en tierra portuguesa.

Comenzaremos dando cuenta de nuestro paso por la frontera hasta encontrarnos con Mariana, cuya entrevista es curiosa y digna de ser leída.

Heraldo de Zamora, 25/06/1912

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