jueves, 29 de marzo de 2012

LA TRAGEDIA DE PIEDRAHITA (II)

Los insistentes rumores que durante toda la mañana del sábado 17 de agosto vienen circulando por la capital, según los cuales, en Piedrahita de Castro se han registrado graves incidentes durante la celebración de las fiestas de San Roque, obligan a Francisco Alfonso a trasladarse al lugar del suceso.

Una vez en Piedrahita, confirma los rumores como ciertos. Varios mozos de los pueblos de Piedrahita y de San Cebrian, durante el baile de la noche anterior se enfrentaron en una violenta reyerta que tuvo como consecuencia la muerte desgraciada de un joven de San Cebrián.

Unas veces a pie y otras andando, cubrió los escasos cuatro kilómetros que separan ambas localidades, dirigiéndose al ayuntamiento, donde el juez tramitaba las primeras diligencias del sumario.


***



¿Cómo ocurrió la tragedia?

Son varias las versiones que circulan acerca de cómo ocurrieron los sucesos; los de Piedrahita, afirman que los mozos de San Cebrián de Castro entraron en la primera de las localidades citadas, dirigiendo improperios al bendito San Roque y a los que patrocinaban la fiesta, y esto fue lo suficiente, para que los mozos de Piedrahita y algunos casados repelieran el agravio, viniéndose a las manos, primeramente en el baile y después, a la terminación, cuando las personas de orden se habían retirado a sus domicilios.

Los de San Cebrián, dicen que la provocación dimanó de los de Piedrahita, por el odio que les profesan.
Esto ya se encargará el Juzgado de esclarecerlo.

Fueran unos o los otros, lo cierto es que en el sitio de la Vereda, según dicen, Victoriano Blanco Nieto, blandió un puñal, otros disparaban armas de fuego, y los más, manejaban sendos garrotes.

Los de San Cebrián huyeron al ver que su compañero Carlos Rapado Aguado caía al suelo como si hubiera sido herido por un rayo.
Únicamente quedó a su lado, defendiéndole de las iras de los de Piedrahita, su intimo amigo El Gallego, quien con revólver en mano (eso dicen) logró dispersar al enemigo.

En la refriega, y que se sepa, resultó herido Victoriano Blanco Nieto, siendo curado por el médico titular don Andrés Avelino Robles Doncel de una herida en la región glútea derecha, con orificio de entrada y salida producida con bala y que solo interesaba los tejidos blandos.

El pobre Carlos herido en la cabeza con un palo recobró el conocimiento y por su pie se encaminó a la casa de sus padres en compañía de su entrañable amigo El Gallego, a quien instruía en el camino a fin de que su pobre madre Severina, no se enterara de lo acaecido.

Carlos llegó a su domicilio, procuró la cama y un médico que le quitara la pesadez de cabeza.
Llegó el señor Robles, lo curó, diagnosticando la gravedad de la lesión.
El padre de Carlos presentó la denuncia al Juzgado municipal; éste se personó inmediatamente en el domicilio de José, cuando Carlos había perdido el conocimiento; ya no hablaba, su vida se extinguía por momentos, no pudiéndose saber quién había sido su agresor.

A las once, el afligido padre llamó nuevamente al Juzgado para manifestarle que su hijo, en unos instantes de lucidez, había dicho que su agresor era Cipriano Blanco Nieto, de Piedrahita.
Al juzgado nada dijo Carlos, no podía hablar, por encontrarse en periodo agónico.
A las doce exhaló el último suspiro, rodeado de sus queridos padres y hermanas.

El Juzgado de instrucción.

Cuando el cronista inquiría noticias, cuatro y media de la tarde, llegó el juzgado de instrucción del partido, formado por don Teófilo de la Cuesta, juez; don José Bustamante, escribano; don Manuel Lobato, habilitado; don Pedro Almendral, médico forense; don Geminiano Carrascal, médico; don Félix Prieto, escribiente, y don José Valderrama, alguacil.

Su primera labor fue hacerse cargo de las diligencias instruidas por el juzgado municipal y seguidamente llamó a declarar a los jóvenes Francisco Ramos, Saturnino Toribio, Faustino Aparicio, Pedro Coco y José Ruíz.
Más tarde declaró Arturo de Dios y Gaudencio González.
Tan pronto como el Juzgado comenzó sus tareas, el cronista, montando brioso caballo cedido por el digno alcalde de San Cebrián, se trasladó hasta el punto donde pudo comunicar las primeras noticias a los lectores de HERALDO DE ZAMORA, los únicos que, gracias a la actividad de sus redactores, supieron a las pocas horas lo ocurrido en Piedrahita de Castro.
Después, satisfecho de haber cumplido con mi deber informativo, sin acordarme para nada de las dificultades que tuve que vencer para comunicar con mis compañeros de redacción que aguardaban con avidez noticias, retorne a San Cebrián en mi castaña cabalgadura que marchaba briosa por entre aquellas eras llenas de grandes parvas de grano, como si fuera pregonando a los cuatros vientos que sobre sus lomos llevaba la representación del HERALDO DE ZAMORA, Un Cojo sin muleta, al único periodista español que había tenido la honra, en compañía de J. Puyitas, de visitar la humilde choza de Marianita, la niña de Pova, en su excursión a la vecina República portuguesa.
El juzgado puso fin a su labor en San Cebrián, tomando declaración al padre de la víctima, José Rapado, de profesión zapatero y persona estimadísima en el pueblo, por su acrisolada honradez y laboriosidad, cualidades que también reunía su hijo Carlos.

La autopsia y entierro.

Por encargo del señor juez de instrucción, el cadáver del malogrado Carlos, fue sacado del domicilio de sus padres y cuando la operación se realizaba, desarrollóse tristísima y desgarradora escena en la que tomó parte todo el vecindario, contribuyendo de este modo a hacer más llevaderas las amarguras de aquellos desgraciados padres.
En una caja de madera, pintada de negro, fue transportada la víctima al depósito del cementerio, y colocada en la mesa de disección, le daremos este nombre, los facultativos señores Almendral, Robles y Carrascal, procedieron a la diligencia de autopsia, a presencia del juzgado.

Sr. Alfonso
Heraldo de Zamora, 19/08/1912

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