viernes, 16 de marzo de 2012

EL VIAJE A POVA : Sobre nuestra estancia en la casa de Mariana

Un nuevo capítulo de la serie El viaje a Pova. Recordemos que en Pova, una aldea cercana a Miranda de Douro, en la frontera zamorana de España y Portugal una niña pastora afirma que la virgen se le ha aparecido. Como prueba de la aparición y con el fin de difundir sus palabras, el agua de un pozo cercano y la tierra que la Virgen pisó tienen propiedades curativas milagrosas.
Los reporteros de El Heraldo, J. Puyitas y Un Cojo sin muleta viajan hasta la aldea para levantar testimonio y llevar hasta sus lectores lo que allí les acontezca.
Un cuadro pintoresco de la vida cotidiana, a menudo desconocida, de la pobreza de principios del siglo XX, y de las creencias y supersticiones de una sociedad en la que más de la mitad era analfabeta o carecía de estudios formales.




EL VIAJE A POVA


Sobre nuestra estancia en la casa de Mariana


Admirados que fueron los altares donde la Niña ora y se entrega a la meditación, nuestro proveedor de materias alimenticias, Gerardo Inestal, dio la voz de «a almorzar», los excursionistas los reverendos PP. Juan Antonio Espina y Félix, párroco de Pova, presididos por Manuel el papá de Marianita, banqueteamos superiormente entre un verdadero chaparrón de chirigotas, sabrosísimas como todas las suyas, de Ricardo Pintas, padre y J. Puyitas.

Cuando deleitando nuestros delicados paladares con aromático café y el consabido charuto nos disponíamos a hacer los honores a una botella de papás Benedictinos, Un cojo sin muleta hubo de abandonar el comedor, porque la presencia en el patio de la casa, de varios admiradores de Marianita, procedentes de los partidos de Puebla y Benavente, exigían que Paquito oficiase de cicerone, presentándoles a la Niña de Pova, que colocada en el último dintel de la escalera dirigía su compasiva mirada a los enfermos, diciéndoles cariñosamente: «Si tenéis fe, curareis; si no, es en balde que vengáis a mi.»

No es este el momento oportuno de hacer la historia de aquellos enfermos, quedan para la sección de curaciones, que publicaremos en su día; pero si hemos de citar un caso del que fuimos testigos presenciales y tiene su miguita.

J. Puyitas, curiosillo como siempre, hubo de fijar su atención en una arrogante moza, de africanos ojos negros y rostro pálido, que dijo ser vecina de un pueblo inmediato a Carbajales de Alba.

-¿Qué enfermedad padece usted, hija mía?-la interrogó dulcemente y con fraternal cariño el anciano y jubilado revistero de toros.
-Señor, sufro tal inapetencia, es tanto lo que me repugnan los alimentos, que apenas si puedo llevar a mi estómago pequeñas cantidades de alimentos líquidos, y por eso he perdido las fuerzas y el color un día sonrosado de mi cara: ya me ve usted amarilla.
-Pues no dude usted -replicóle Puyitas- que curará, ¡vaya si curará! si usted tiene fe, mucha fe, y la acompaña a alguno que otro platito de los que han formado el menú de nuestro almuerzo: Marianita y Gerardo devolverán a usted la salud perdida.
-En eso confiamos, señor de periodista,- dijo una fornida alistana, cuya expresiva faz denunciaba precioso ejemplar de mamá política, marca extra. Mire usted, yo no se si será el camino que llevamos andado, la ilusión, la fe, o cuatro cuartillos de agua que la niña tomó en el milagroso pozo, donde fuimos en busca de Mariana; pero es lo cierto que desde allí hasta nuestra entrada en Pova, mi chica ha tomado media libra de salchichón que a nuestro paso por Zamora compré en el Bar del Águila Negra, y que por cierto es riquísimo; un buen trozo de lomo casero; tres huevos cocidos y diez amarguillos de La Suiza.
-¿Pero sin vino, la preguntamos?
-Quiá, no señor, contestó la futura y legítima suegra; con media botella de Agustín Blázquez, de casa de Puga.
-Pues entonces, dijo Puyitas, no dude usted de la curación, que la inapetente enferma repita la suerte y engordará, aunque, y esta advertencia no le molesta a Mariana, ni a los comerciantes de comestibles y bebestibles, no estará de más, que consulte con algún facultativo por si la chica pudiera necesitar algo más. ¿No te parece Pintas?
-Indudablemente, contestó Ricardo en tono enfático atusándose coquetonamente su sedosa y bien cuidada patilla izquierda.

Se despiden muy afectuosos los enfermos, no sin antes comprar al papá de Mariana unas docenas de coplas (a cincuenta reis ejemplar) y los excursionistas del HERALDO DE ZAMORA, encaminamos nuestros pasos hacia la iglesia de Pova, donde ocurrió lo que ha de ser objeto de nuestra próxima y lata crónica



Heraldo de Zamora, 02/07/1912

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