lunes, 30 de abril de 2012

EL HERALDO Y ABELARDO DE BARRIO

El año de 1913, comienza para la redacción del Heraldo con la triste noticia del fallecimiento de Abelardo de Barrio Santiago (1894-1913), un joven poeta y colaborador del diario, al que recientemente habíamos citado como autor de la biografía de Remigio Diez, el popular cornetín del Regimiento Toledo.

En los últimos días de 1912, el Heraldo ya recoge entre sus noticias la gravedad de la enfermedad, y el temor a un fatal desenlace que se produce finalmente el 3 de enero en Mombuey.

El Heraldo publica dicho día este emotivo obituario :

«El telégrafo, con su terrible laconismo, nos transmite la triste nueva de que hemos perdido para siempre a un entrañable compañero, a un amigo del alma: Abelardo de Barrio ha muerto en Mombuey.
En estos momentos de amargura sincera, de honda pena, en que el llanto se vierte porque el corazón lo manda, la pluma no puede expresar sentimientos.
El que embarga nuestro ánimo por la pérdida irreparable de Abelardo es tan grande, tan intenso como el cariño que en vida profesábamos a aquel bondadoso joven, modelo de honradez, laboriosidad y de afectos sinceros.
En la casa del HERALDO se llora hoy y viste de luto, como se vestirá siempre al recuerdo del pobre Abelardo que si ha muerto para el mundo, vivirá para nosotros, que tanto lo queríamos.
Descanse en paz nuestro nunca bien llorado amigo, y no dude su afligida familia que los que con él compartíamos las arduas tareas de la Prensa periódica no olvidaremos jamás al virtuoso joven que en la flor de la vida hubo de abandonarnos por altos designios de la Providencia.
A los desconsolados padres y hermano de Abelardo enviamos la expresión más sincera de nuestro pésame por desgracia tan inmensa, y tengan la seguridad de que de todo corazón nos asociamos al justo dolor que experimentan en estos momentos de prueba, deseándoles la resignación del cristiano para soportar tan rudo golpe.
A nuestros lectores pedimos una oración por el alma del malogrado Abelardo (q. D. h.)

La Redacción.»



El HERALDO Y ABELARDO DE BARRIO


El malogrado y simpático joven Abelardo de Barrio, fallecido ayer mañana en la villa de Mombuey, donde residen sus queridos y apreciables padres, vino a esta casa en la que todos le queríamos con deleite, es decir, lo conocimos como literato, como aficionado a las letras en Noviembre de 1908, a raíz de haber desaparecido del estadio de la Prensa nuestro colega El Duero, en cuyo periódico comenzó a colaborar, a darse a conocer como consumado poeta.

Cuando Abelardo, hombre campechano y de costumbres sanas, se dirigió a
HERALDO DE ZAMORA solicitando tomar parte en su confección, no tuvo la fortuna de ser atendido y su composición primera pasó a la carpeta de originales no publicables, no porque aquello no mereciera los honores de ser insertado, era muy buena, tan buena como todas las que se publicaron después, pero las dimensiones del periódico y de sus columnas no permitían en aquella época la inserción de versos cuyo metro se extralimitara de lo corriente, y el nombre del pobre y nunca bien llorado Abelardo, quedó sumido en la obscuridad para los lectores de HERALDO DE ZAMORA.

Anoche y removiendo los múltiples papeles existentes en mi pupitre de la mesa de Redacción, tuve la dicha, el inmenso placer de hallar la carta ofrecimiento de Abelardo y su primera composición, documentos póstumos, de gran valía hoy, ya que el infortunado compañero desapareció para siempre de este mundo de penas y amarguras, donde las injusticias no tienen limites.

Recuerdo que no ha muchas días encomendándole un trabajo periodístico, la reseña de las fiestas de la patrona del arma de Infantería, decíame el amigo llorado, cuando la cruel enfermedad que lo ha llevado al sepulcro minaba ya su existencia: Amigo Paco, mándeme cuanto quiera, lo haré con gusto, pero lo de hoy con mayor motivo porque se trata de bombear a mi hermano Maximino, que toma parte en los festejos organizados en el cuartel.

Efectivamente al siguiente día, Abelardo entregábame las cuartillas escritas con extraordinario gracejo, reseñando las faenas que su hermano había realizado con el buró que le correspondió matar el día de la Purísima.
!Con qué alegría contaba Abelardo las proezas taurómacas de su querido y entrañable hermano!, ¡qué sonrisas asomaban a sus labios al contarlo; qué sencillez de lenguaje tenia cuando a sus amigos hablaba!. Nada le molestaba, para él todo estaba a pedir de boca y cuando se le consultaba alguna cosa, su opinión era la última; es decir, siempre procuraba entre sus amigos aunar voluntades y quitar asperezas.

Era Abelardo la humildad personificada, el amigo del alma, el perfecto caballero; en síntesis, de lo poquito que existe en la tierra.
Ayer, después de luchar muchas días con la vida y la muerte, la fiera Parca segó su existencia y Abelardo exhaló el último suspiro a las ocho de la mañana rodeado de sus queridos padres y hermano Maximino.

Dice San Agustín: Una rosa sobre la tumba se marchita, una oración por su alma la recoge Dios. Oremos nosotros los que en la tierra le tuvimos como amigo para que si llegó a tiempo consiga un puesto a la diestra del Todopoderoso.

Alfonso.
Heraldo de Zamora, 04/01/1913

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